El siglo IV vio germinar las semillas de una transformación revolucionaria en el seno de la tradición militar romana. Fiel a su capacidad adaptativa, esta dio los pasos fundamentales hacia la conversión del arma montada en una espina dorsal adicional de sus fuerzas. Mientras la caballería pesada acorazada ascendía hasta convertirse en la élite indiscutible del Ejército, en el otro extremo de la escala, la caballería ligera adquirió un destacado protagonismo operacional. Entre las filas de esta última, los arqueros a caballo o equites sagittarii estaban llamados a ser una pieza esencial en este proceso.
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