La libertad se logra al entregarla a Dios, no a los ídolos. El amor a Dios posee un carácter responsorial: Él nos ha amado primero. El primer mandamiento pone de relieve que el cristianismo es más que una ética de la solidaridad. En el contexto secularizado, la fe cristiana no ha de ocultar vergonzantemente la cuestión de Dios. La relación con Dios repercute positivamente sobre todos los ámbitos de la vida. Su ausencia, por el contrario, vicia perniciosamente todas las relaciones fundamentales de la persona. Jesucristo personaliza a la perfección el significado del primer mandamiento.
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