La pérdida lenta y progresiva de la memoria, del sujeto, de la lengua y del sentido, es el impulso mayor de la escritura de los versos de El eco de mi madre. El tríptico, es así que el libro está compuesto, dice distintas pérdidas y, a su vez, lo que resta estelas que la pérdida va dejando. Se trata del avance de la enfermedad de Alzheimer que devora y diluye al sujeto, la madre. Esta progresión evidencia otra pérdida, la desaparición de la lengua y con ella la aniquilación del sentido. Y, en este vacío que deja la lengua, aparece la figura del eco cuya repetición sonora viene a redoblar la ausencia de la lengua. Porque en su conjunto, las poesías del libro-como destellos de aquello que en algún momento se recordó-parecieran querer decir el silencio, sustituirlo con una voz y dar un testimonio, para retomar lo que Kamenszain llamó "la boca del testimonio" del poeta (Kamenszain, La boca 11-13). Se trata de aquello que no puede ser dicho en primera persona, lo intestimoniable por antonomasia: la muerte-en este caso, el sujeto que se disemina por la imposibilidad de recordar o, aún más abrumador, de nombrar-, que jamás puede ser dicha en primera persona. La muerte es el obstáculo mayor de la escritura autobiográfica, siempre es otro quien la relata y, en esta suerte de procuración-delegar en el otro el relato de su muerte-, la biografía encuentra su justificación.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados