El fracaso de la Segunda Cruzada, así como de otras expediciones militares de Occidente sobre territorios musulmanes, se achacó a la arrogancia, el orgullo, el exceso de confianza y la inclinación al lujo de los guerreros cristianos. Casi nunca, o nunca, a la competencia militar y política de sus oponentes musulmanes. En Occidente se daba por sentado que, aunque ciertamente Dios pudiera castigar a los cristianos por sus pecados, en ningún caso ayudaría a sus oponentes infieles.
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