Los últimos decenios han sido especialmente prolíferos para la teología bíblica. Uno de los hagiógrafos más estudiados ha sido el Apóstol de los gentiles, Pablo, sin que todavía se haya logrado —¿lo será alguna vez?— desentrañar toda la riqueza de su doctrina. Peculiar atención ha merecido la concepción paulina de la Iglesia. En algunos puntos, la diversidad de opiniones, aún entre los teólogos católicos, es antagónica. ¿Qué sentido tienen ciertas fórmulas paulinas? Cuando, por ejemplo, Pablo escribe que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, ¿qué quiere significarnos? ¿Qué es ese cuerpo de Cristo? ¿Habla el Apóstol en sentido metafórico al denominar cuerpo a la Iglesia? En tal caso, la fórmula paulina designaría a la estructurada sociedad de los cristianos unidos ontológica y sobrenaturalmente entre sí y con Cristo, cabeza de ese cuerpo. Pero, ¿es seguro que el Apóstol haya forjado la fórmula Iglesia, cuerpo de Cristo con ese sentido preciso? ¿Y si Pablo no utiliza aquí el vocablo cuerpo en sentido metafórico sino propio? Quizá Pablo quiere identificar precisamente la Iglesia con el cuerpo físico, concreto e individual de Cristo. Por supuesto, no se trataría de divagaciones pseudomísticas que vieran la unidad de Cristo y la Iglesia en una especie de fusión entre Cristo individual y los cristianos que se unen a El: la encíclica Mystici Corporis Christi de Pío XII es explícita contra tales excesos.
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