Es ya un lugar común decir que la angustia es el signo de nuestro tiempo. Angustia ante la guerra atómica, angustia ante la crisis económica, angustia ante los panoramas de subdesarrollo que se difunden en tantas partes del mundo. Angustia en lo material y angustia en lo espiritual.
Por si eso fuera poco, una nueva angustia comienza a abrirse paso velozmente. Una angustia revestida de datos estadísticos y de profecías de una humanidad que se extinguirá por sobrepoblación.
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