La introducción de las ciencias duras en las prácticas artísticas o a la inversa, la artistización de la ciencia, aboca a una redefinición del propio concepto de arte y de su ámbito de actuación. Ello puede favorecer el regreso a una definición de arte similar a la que operaba en el mundo antiguo, donde se asociaba con la pura y simple destreza, con independencia del ámbito de aplicación. En un contexto así, la enseñanza del arte, tal y como está actualmente organizada como superestructura orientada a nutrirse de una cultura humanística que ha prescindido de lo técnico, puede constituir un lastre, si no es capaz de ofrecer respuestas coherentes en lo ético y eficaces en lo procedimental, en relación con el modo de acceso a los conocimientos que deban movilizarse para una representación actualizada del mundo, que deberá ser inevitablemente tecnológica. En el actual marco sociopolítico se perfilan dos alternativas, por un lado la externalización, opción que nos inspira ciertas dudas e incertidumbres de índole ética, y, por otro lado, el autoaprendizaje en las redes, los procesos abiertos entre pares y la cultura maker, un ecosistema delicado y sujeto a múltiples amenazas. En este artículo abordamos la descripción de una experiencia práctica en el ámbito de la neurociencia computacional, desarrollada según la segunda alternativa, un ethos donde se sitúan tanto sus autores como sus resultados.
The introduction of hard sciences into artistic practices or, conversely, the artistization of science, leads to a redefinition of the concept of art and its field of action. This may favour a return to an art definition similar to that which operated in the ancient world, where it was associated with pure and simple dexterity, regardless of the field of operation. In such a context, the teaching of art, as it is now organized as a superstructure aimed at nourishing itself with a humanistic culture that has dispensed with the technical, can constitute a burden if it is not able to offer coherent ethical and effective procedural responses in relation to the mode of access to the knowledge that must be mobilized for an updated representation of the world, which must inevitably be technological. In the current socio-political framework, two alternatives are outlined, on the one hand externalization, an option that places us before certain doubts and uncertainties of an ethical nature, and on the other hand self-learning in networks, open processes between peers, and maker culture, a delicate ecosystem subject to multiple threats.The article ends with a description of a practical experience in the field of computational neuroscience developed according to the second alternative, an ethos in which its authors and their results are placed.
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