El sacramento de la penitencia en los primeros siglos sólo se podía recibir una vez en la vida, porque se consideraba como un segundo bautismo. Se trataba de una celebración pública, comunitaria, que presidía de ordinario el obispo. Siglos más tarde, en la Edad Media, se administra en privado, desaparecen las sanciones rigurosas y se carga el acento en la declaración detallada de los pecados al sacerdote como elemento esencial para que estos sean perdonados. Nada extraño que en este ambiente surgiera la confesión a los laicos, si no había posibilidad de hacerla ante un sacerdote. Una praxis que estuvo vigente en la Iglesia latina unos seis siglos. En el presente artículo el autor estudia las vicisitudes por las que pasó esta práctica -entre aprobaciones y desaprobacionesa través de este tiempo.
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