San Ignacio introduce en la historia de la espiritualidad una novedad decisiva: sitúa en un primer plano la subjetividad de la persona para que, yendo más allá de lo que está dicho, dé paso a su propio decir y averigüe cuál ha de ser su propio camino para el servicio de Dios. Ello además se va a efectuar de un modo absolutamente novedoso: el de la lectura de la voluntad de Dios en el propio movimiento afectivo de consolaciones y desolaciones. Este discernimiento se ha de considerar, pues, como un ejercicio de conocimiento y liberación interior en orden a realizar una correcta elección de vida.
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