El conocimiento del pasado nos enseña, entre otras cosas, que todo lo humano está sometido al condicionamiento histórico de cada situación y época. Ni la erudición, ni el carisma jerárquico, ni la asistencia providencial del Espíritu de Dios, ni la misma santidad son capaces de sustraernos a las limitaciones que nos impone nuestra condición de seres históricos. La existencia de algunos casos excepcionales no hace sino confirmar esta regla universal, que aquí se pretende poner de manifiesto con algunos ejemplos.
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