Desde un ángulo estrictamente psicológico tanto lo impuro como lo diabólico está cargado de un poder peligroso y por ello hay que excluirlo del ámbito humano. El demonio como elaboración psicológica sería la instalación objetiva de nuestra propia agresividad, de nuestro magma instintivo primario, bloqueado por la conciencia pero siempre amenazante. Y el terror ante él sería un movimiento de defensa contra una atracción que amenaza destruir nuestro orden humano desde dentro.
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