El Nuevo Testamento evidencia abundantemente el hecho de que Jesús orase. No sólo nos proporciona datos referentes a circunstancias externas, como el tiempo, el lugar o la expresión corporal. También nos transmite el contenido de algunas oraciones personales de Jesús. El análisis de Mt 11,25-26 nos introduce en el misterio personal de Jesús. Su oración nos manifiesta las relaciones que le vinculan trascendentemente con Dios, que es su Padre en manera totalmente exclusiva, de quien él es el revelador definitivo.
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