El Palacio de Carondelet (Quito) se ha convertido en objeto de deseo del desplazado Abdalá Bucaram, la autoproclamada Rosalía Arteaga y el elegido a medias Fabián Alarcón, un presidente al que no quieren ni huelguistas ni manifestantes. Con Alarcón se inaugura un ciclo populista indefinido, hasta que el país "entre en razones".
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