Antonio López García (Tomelloso, Ciudad Real, 1936) es un hombre campechano, sencillo, pero defiende con fuerza sus ideas. Afable, nada divo, ha encontrado su escondrijo en un estudio cerca de la estación de Chamartín, en Madrid, donde el tiempo transcurre lentamente. Allí trabaja tranquilo, relajado.
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