Walter Benjamin, en un intento por formular una estética profana, propaso la noción de aura como una distancia insalvable que la obra impone al espectador. Presagiando su crisis en la modernidad, a cause de la promiscuidad de las imágenes, el concepto de aura acaba trascendiendo la idea original de su creador: en elle se confina el sesgo lingüístico del arte contemporáneo. Aura, como producto de la fruición del espectador, de la gestión que de sí mismo hace frente a la obra de arte, es una noción privilegiada para entender el lugar del arte después de lo sagrado.
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