El Manifiesto para una Pedagogía Post-crítica de Hodgson, Vlieghe y Zamojski comparte varios elementos con las propuestas que, con el mismo nombre, circulan desde finales de la década de 1980. Dos de los elementos con los que estos autores pretenden distanciarse de la pedagogía crítica, y que me interesan aquí en particular, son la propuesta de asumir la igualdad entre educadores y educandos como un punto de partida —en lugar de la superioridad de los primeros sobre los segundos— y la de abstenerse de proponer compromisos sustantivos sobre un futuro utópico hacia el cual se debe avanzar y que sirve para juzgar el presente. Al analizar la obra del autor posiblemente más importante de la pedagogía crítica, Paulo Freire, señalo que un afán de igualdad ya se encontraba en su obra de manera explícita y contundente. A la vez, sin embargo, también existen en ella varios elementos relacionados con un afán de justicia y dignidad más allá de la relación pedagógica —las ideas de conciencia crítica y concienciación— que, de modo contradictorio, materializan un principio de desigualdad. Los proponentes del Manifiesto para una Pedagogía Post-crítica definen de antemano un principio de igualdad entre educadores y educandos, con lo cual terminan evadiendo una de las dimensiones de la responsabilidad de cuidado que corresponde a la práctica educativa de la pedagogía crítica. Propongo que, al tomar la educación crítica como una práctica de cuidado, ninguno de estos afanes podrá evadirse. Concluyo que una pedagogía crítica se constituye en la atención siempre presente y profunda hacia las necesidades de los educandos, en la tensión entre un afán de igualdad y un afán de justicia y dignidad.
The Manifesto for a Post-Critical Pedagogy by Hodgson, Vlieghe and Zamojski shares several elements with the proposals that, with the same name, have been circulating since the late 1980s. Two of the elements with which these authors seek to distance themselves from critical pedagogy, and which are of particular interest to me here, are the proposal to assume equality between educators and educands as a starting point — rather than the superiority of the former over the latter — and to refrain from proposing substantive commitments about a utopian future towards which one must advance and which serves to judge the present. When analysing the work of the possibly most important author of critical pedagogy, Paulo Freire, I point out that a will to equality was already explicitly and strongly in his work. At the same time, however, there are also several elements related to a will to justice and dignity beyond the pedagogical relationship — the ideas of critical conscience and awareness — that, in a contradictory way, materialise a principle of inequality. The proponents of the Manifesto for a Post-Critical Pedagogy define in advance a principle of equality between educators and educands, thereby ending up evading one of the dimensions of responsibility for care that corresponds to the educational practice of critical pedagogy. I propose that, by taking critical education as a caring practice, none of these endeavours should be renounced. I conclude that a critical pedagogy is constituted in the always present and deep attention to the needs of the students, in the tension between a will to equality and a will to justice and dignity.
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