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Resumen de Yo y los otros. Fábricas de Identidad (retóricas del autorretrato)

José Luis Brea

  • ¿Paradójicamente, la reconceptualización de la identidad como un efecto, es decir, como producida o generada, abre posibilidades de ¿capacidad de acción¿ que quedan insidiosamente excluidas por las posiciones que consideran que las categorías de identidad son fundacionales y fijas¿.

    Judith Butler, El género en disputa ¿La articulación entre el espectador y el espectáculo se concibe de esta manera como una relación interna. De hecho, los dos puntos en el circuito de articulación aquí privilegiados -el espectador y el espectáculo- se ven de forma mutuamente constitutiva. Ambos están implicados el uno en el otro; ninguno de ellos podría existir sin el otro. El sujeto está, en parte, formado a través de lo que ve y cómo lo ve, y de cómo está construido su ¿campo de visión¿. De la misma manera, lo que se ve -la imagen y su significado- se entiende no como algo fijado internamente sino relativo e implicado en las posiciones y esquemas de interpretación que se le aplican.

    Los discursos visuales ya tienen posibles posiciones de interpretación (desde la cual ¿tienen sentido¿) incrustados dentro de ellos, y los sujetos traen sus propios deseos y capacidades sujetivas al ¿texto¿ que los capacitan para tomar posiciones de identificación relacionados con su significado. Es este ¿pequeño sistema¿ (compuesto, como fuera, de dos momentos interdependientes aunque relativamente autónomos) que ¿produce significado¿. Procede de este argumento que no se puede ver ¿el significado¿ de la imagen como algo fijado, estable o unívoco a través del tiempo y las culturas. Además, el propio sujeto no es una entidad completa sino algo que se produce, a través de procesos complejos e inacabados que son sociales y psíquicos -un sujeto en proceso¿.

    Uno de los más inteligentes anuncios publicitarios de los últimos tiempos, -de Iberia, por qué no decirlo- explicaba cuál era el verdadero trabajo de la línea aérea: poner a millares de personas, de usuarios de sus servicios, ¿en contacto con su destino¿. No ya volar de un lugar a otro o facilitar el desplazamiento de los ciudadanos por las ciudades de la tierra, sino sobre todo ayudar a cada cual a ¿encontrarse a sí mismo¿. Por decirlo de otra forma: los suyos no serían viajes geográficos, territoriales, espacializados, sino, y sobre todo, viajes vitales, psíquicos (la psicogeografía expropiada al situacionismo, para beneficio de su más odiado/temido vecino, la industria turística). Viajes de cada uno hacia sí mismo, al reencuentro de su pasado irresuelto, su presente abismal o su futuro factible, (su adolescencia, su novio, sus años de universidad o su madre): trayectos interiores al proceso de construcción de la propia biografía (cada cual volando en, o hacia, su ¿propia¿ historia).

    En realidad, una lectura poco ingenua de las retóricas de la nueva publicidad reconocería rápidamente que -como en el ejemplo que menciono- lo que en casi la totalidad de sus juegos de imagen se vende no son los ¿productos¿ que ellas anuncian: sino la específica potencia de construcción de biografía que en su mismo espacio -fantasmático, imaginario- se pone en acto. No se trata entonces de hacer deseable a lo lejos un tercer producto-mercancía (digamos, lo anunciado), sino de conseguir que el propio dispositivo-anuncio -el sistema imagen/música/texto que lo articula- se cargue de potenciales de identificación-deseo, capaces de concitar un efecto de re-conocimiento en el perceptor. La necesidad que éste siente de proveerse de materiales efectivos en esa cada vez más ardua tarea (por inocua e improductiva en el fondo) que es el construirse a sí mismo hará el resto, y la compra de la mercancía asociada -siempre que uno pueda pagarse el capricho crecientemente costoso de autohacerse- caerá como por ¿efecto colateral¿. Pero lo que se hace seductor en el anuncio, a lo que se dirige su efecto persuasivo, no es a mostrar las calidades propias del objeto tercero. Sino, primariamente, a autoseñalar (sin que se dé demasiada cuenta el anunciante, no vaya a ser que sospeche la verdad de la publicidad contemporánea: que sólo se anuncia a sí misma) la cantidad directa de identidad -el coeficiente identitario, diríamos- que se impulsa desde su propio espacio, en el propio dispositivo simbólico.

    Los buenos anuncios, en efecto, únicamente se aluden a sí mismos: son publicidad de la publicidad, ejercicio de autorreferencia, metalengua y tautología (hasta un grado que el mismo Kosuth envidiaría). Ellos -y no ninguna línea aérea- son los que verdaderamente organizan esos pequeños pero efectivos microviajes psíquicos con destino a la propia biografía. Y eso porque ella, la biografía propia, es en efecto el valor más en alza en el mundo contemporáneo, el producto mejor vendido -y por cierto el que más escasea- en los tiempos del capitalismo globalizado. Como decía Ulrich Beck, nada hay que se desee tanto en las sociedades actuales como -de facto, lo que más falta- el tener ¿una vida propia¿ .

    Toda la megaindustria contemporánea de las imágenes -del imaginario, si lo prefieren- trabaja en esto. Imaginemos una red transestelar de aerobiopuertos interconectados: si el objetivo de ese expansivo rizoma fuera la aludida ¿organización mundial de los vuelos psicogeográficos¿ entonces su herramienta de trabajo por excelencia no sería otra que la imagen, lo visual. Al respecto, la teoría crítica tiene aún mucho por hacer: de la misma forma que toda una tradición disciplinar -la de la crítica lingüística- ha mostrado cómo es en el curso de los actos de habla que tiene lugar el ponerse del sujeto -en-proceso- es preciso comenzar a realizar el mismo trabajo crítico en el ámbito de la imagen: mostrar cómo también en los actos visuales y en el curso de sus realizaciones -en los desarrollos efectivos de las retóricas de lo visual- se cumple también (y aún seguramente más, si recordamos/asumimos la inapelable teorización lacaniana de lo inaugural de la escopia en la regulación de la vida del sujeto) un similar efecto de posición, de constitución efectiva del sujeto-en-proceso precisamente en sus actos de visión (en el ver y ser visto).

    De hecho, podríamos afirmar que esa nadería que llamamos sujeto no es otra cosa que el efecto por excelencia (por supuesto sin exclusión de ninguna de las muchas otras prácticas que también al respecto son constituyentes) de los actos de representación, de visionado y escopia, de su participación en las redes de intercambio -producción, consumo y circulación- de la imagen, de la visualidad. Aquí, sin embargo, la teoría crítica está marcada por un déficit, el que durante décadas ha mantenido su potencial restringido al reconocimiento de tales tipos de efectos únicamente en el ámbito de las prácticas discursivas, textuales. Hoy se hace por tanto urgente proceder a una extensión de ese proceso de reconocimiento de la retoricidad productiva (ilocucionaria o perlocutiva, diríamos con Austin/Searle) de los actos significantes al ámbito de la totalidad de las prácticas simbólicas, de representación.


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