Este artículo intenta profundizar en la acción del Espíritu Santo en el ser humano. El autor parte de la distinción patrística entre imagen y semejanza. Si la primera está ligada a la cristología y nunca se pierde, la segunda queda referida a la pneumatología y se puede oscurecer por el pecado. De este modo se subraya que el Espíritu Santo ha representado la dimensión dinámica de la experiencia cristiana. Así pues, si el Paráclito es don y amor en el seno de la Trinidad, su acción en el hombre genera un proceso de humanización por el que somos introducidos en el horizonte de la gratuidad y de la personalización.
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