Este artículo analiza la manera como el oficio divino se concretó, a través del siglo XVI, en una serie de privilegios a los actores encargados de la organización y ornato de la liturgia, en particular los músicos y cantores. Si bien conocemos que los fiscales de iglesia tuvieron un protagonismo significativo debido a que participaban en la República de Naturales, los músicos y cantores lograron obtener un reconocimiento de similar trascendencia. Tal protagonismo se manifestó en la dotación de tierras y la jurisdicción de barrios exclusivos para los músicos y cantores, desde los que participaron en la distribución de poder en las elecciones de cabildo. Esta circunstancia motivó que el oficio de la música estuviera asociado a linajes y prebendas propias de los nobles.
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