Somos conscientes de que el regreso a las habituales actividades cotidianas va a ser un proceso largo en el tiempo y laborioso en los esfuerzos que hayamos de procurar para no experimentar rebrotes de la enfermedad. No obstante, quizá el mayor peligro que corramos sea pasar a una nueva situación «como si no hubiera sucedido nada». La experiencia pascual nos recuerda que el Resucitado lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles de la cruz. A través de ellas, llega la luz de la vida. De igual manera, nosotros debemos afrontar esta situación con las heridas de la pandemia, pero transformadas por la fuerza y la esperanza de la fe en la resurrección. El Señor sale a nuestro encuentro para transformar nuestro duelo en alegría y consolarnos en medio de la aflicción (cf. Jr 31, 10).
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