Resulta difícil de creer, pero el rostro de Josef Stalin, el ateo dictador bolchevique que persiguió con saña a cientos de miles de sacerdotes y fieles en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), puede acabar inmortalizado en una iglesia, como si de un ángel o un santo más se tratara. Concretamente, en el nuevo templo de las Fuerzas Armadas rusas que, dedicado a la Resurrección de Cristo, ha sido levantado en el parque militar Kubinka (Patriota) a las afueras de Moscú.
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