La semana pasada nos hacíamos una pregunta ante la vuelta paulatina a lo ordinario: y ahora, ¿qué? La respuesta a la misma se centraba en dos extremos, ambos frutos del Espíritu: comunión y discernimiento. Pero para que una y otro sean una realidad en nuestra forma de actuar y en la dinámica de nuestras comunidades, hemos de comenzar por el principio. Y el principio no es otro que nosotros mismos.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados