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Resumen de La Iglesia y la aristocratización de Occidente: racismo, colonialimo y esclavitud

Mario Campaña Avilés

  • En el siglo ix, el arzobispo de Reims escribió que los impíos debían ser «borrados de la tierra» por la espada medicinal del obispo y la espada judicial del rey.11 Ya avanzada la Edad Media, el papa Urbano II, llamando en Clermont a la Primera Cruzada, pudo instar a los fieles a «destruir a la raza vil» de «turcos y árabes».12 En pleno siglo xx aún se repite el sentido secular del sacramento del bautismo, según el cual los hombres nacen a la verdadera humanidad cuando entran en la fe cristiana. La profesora Jennifer A. Glance lo ha aceptado y ha reconocido como una necesidad imperiosa «admitir cuán absolutamente el cristianismo primitivo internalizó los valores de la sociedad que lo rodeaba», así como «rastrear el insidioso impacto de los valores esclavistas sobre el pensamiento y la práctica del cristianismo».25 Aunque en el siglo i no había en la parte oriental del imperio ninguna ciudad comparable a Roma en magnitud e importancia, era en esa parte oriental donde estaban los principales centros comerciales (Corinto y Antioquía), intelectuales (Atenas y Alejandría), artísticos (Rodas y la misma Atenas) y urbanísticos (Esmirna, Éfeso y Delfos): la zona oriental era la más desarrollada, la más poblada y suntuosa. La razón de toda esa cruenta historia de Occidente era religiosa y beneficiaba a la humanidad, que, dentro del Imperio, podía estar segura de marchar hacia la salvación: «No se dilató el Imperio romano solo por la gloria y honor de los hombres, a fin de que aquel galardón se diera a aquellos hombres, sino también para que los ciudadanos de la Ciudad Eterna, en tanto que acá son peregrinos, pongan los ojos con diligencia y cordura en semejantes ejemplos y vean el amor tan grande que deben ellos tener a la patria celestial por la vida eterna, cuando tanto amor tuvieron sus ciudadanos a la terrena por la gloria y alabanza humana».61 Ciertamente Agustín expresa una tibia preferencia por que «la pasión por la gloria quede vencida por el amor a la justicia»; sin embargo, ese aparente desprecio por «ese orgullo absolutamente vacío de la gloria humana» solo opera para enderezar su argumento a favor de Roma y la Iglesia. En esa carta dice: «ut dicimus hominem, quasi hominem in comparatione hominis illus quem Plato noverat; aut quasi rotunda et quasi quadra ea quae videmus, cum longe ab eis absint quae paucorum animus videt» («Y llamamos hombre a quien es solo medio hombre si lo comparamos con la idea de hombre de Platón, del mismo modo que en las cosas que vemos llamamos redondo o cuadrado a lo que carece de la perfección de esas formas que ve la mente de unos pocos»), S. Aurelii Augustini, Epistolae, Secundum, p. 64, edición digital, en http://www.documentacatholicaomnia.eu/02m/0354-0430,_Augustinus,_Epistolae,_MLT.pdf 9.


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