La autora sostiene que si bien durante la mayor parte del siglo xix la lectora de prensa era considerada un ser grotesco y masculinizado que se diferenciaba de la lectora de poesía, en el fin-de-siglo la mujer forma parte de un variado público consumidor de escritos: Allí sostiene que, de acuerdo a la clase social, las mujeres le dedican mayor o menor tiempo a su cuidado personal en relación con el capital simbólico que la belleza les puede aportar: Si Mundial propone que «la actualidad universal, en industria, comercio, ciencias, artes, vida, teatral modas, etc... será atendida con singular dedicación e interés por sus colaboradores» (I; 5), Elegancias descarta las actividades productivas para ocuparse únicamente del ocio: moda, bellas artes, el embellecimiento de los cuerpos. Es un don innato que, sin embargo, puede adquirirse de las personas que lo poseen no imitándolas servilmente, sino aprendiendo de ellas la ciencia del adorno, el gusto que nos obliga a la rebusca de lo artístico, delicado y fino y también la gracia sin pretensiones.
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