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Sor Juana Inés de la Cruz

  • Autores: Luisa Luisi
  • Localización: Guaraguao: revista de cultura latinoamericana, ISSN 1137-2354, Año 23, Nº. 61, 2019, págs. 79-101
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • Ella no lo quiso hacer (e hizo muy bien); pero yo despiqué el deseo [en] leer [muchos] libros varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen castigos y reprehensiones a estorbarlo: de manera que cuando vine a México se admiraban, no tanto del ingenio, cuanto de la memoria y noticias que tenía, en edad que parecía que apenas había tenido tiempo de aprender a hablar.3 Esta extraordinaria vocación, inexplicable por el medio y por la época en que vivía nuestra futura monja -con lo que falla una vez más el método científico de Taine-, inexplicable tratándose de una mujer, hizo posible que abarcara tantos y tan diversos conocimientos, sin más maestros conocidos y señalados por sus biógrafos que aquella Amiga de que hablábamos y el Bachiller Martín de Oliva, el que según propia declaración, le dio solo veinte lecciones de latín, con las que tuvo la monja suficiente caudal de enseñanza para dominar por completo aquella lengua en la que versificaba con la misma soltura y facilidad que en la materna. Y era tanta y tan unánime en toda la ciudad, que el mismo Marqués de Mancera, confesando con el hecho su incapacidad de juzgarla, ... estando con no vulgar admiración de ver en Juana Inés tanta variedad de noticias, las escolásticas al parecer tan puntuales, y bien fundadas las demás, quiso desengañarse de una vez y saber si era sabiduría tan admirable o infusa o adquirida; o artificio o natural, y juntó un día en su palacio cuantos hombres profesaban letras en la Universidad y ciudad de México. Compárese, en efecto, aquel primer soneto transcrito con los insoportables alardes de un ingenio que le valieron la parte más clara de su fama en aquel tiempo: «Acción, Lisi, fue acertada / el permitir retratarte, / pues ¿quién pudiera mirarte, / si no es estando pintada? [... ] ¡Oh tú, bella copia dura, / que ostentas tanta crueldad, / concédete a la piedad / o niégate a la hermosura! [... ] Nuestra monja se define ella sola en sus versos, que causaron admiración sin límites entre los escritores de su época, no solamente en México, que era sin embargo el foco más intenso de la cultura hispánica en América, sino también en la península, donde se la alababa sin tasa y acaso tal vez sin medida.


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