El autor se introduce en las manifestaciones de la violencia y la perversidad apoyándose en la etimología, porque comprende que el lenguaje es producto de la sedimentación de las experiencias intelectivo-afectivas de los hombres, para luego reencontrar dichos sentidos en la tarea terapéutica y reelaborarlos en función de la sexualidad infantil atendiendo a sus características de polimorfismo y perversidad. Destaca la importancia del desarrollo de la cultura para comprender la violencia y la perversidad como una manifestación de la sexualidad infantil, que puede ser conducida, en la tarea analítica y educativa, a nuevas retranscricpciones.
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