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Resumen de El tratamiento del alcoholismo en México en el siglo XIX

María Blanca Ramos de Viesca, Sonia Flores

  • La medicalización del alcoholismo se inició a principios del siglo pasado cuando Esquirol describió el delirio nervioso como consecuencia del abuso de alcohol. En el Hospital de San Andrés, de México, se diagnosticaba y se trataba este delirio. Las estadísticas mostraban que la muerte violenta, el suicidio, el crimen y la patología mental aumentaban rigurosamente en la misma proporción que el consumo de alcohol. Las medidas para combatir el alcoholismo fueron del orden moral, administrativo y médico. Las morales estaban orientadas a la creación de sociedades de temperancia, mismas que se comprometían a tomar sólo bedidas higiénicas naturales y prohibían el consumo de alcohol. Las medidas administrativas incluían el aumento del impuesto sobre el alcohol, la limitación del número de cantinas y la vigilancia de la pureza de los licores de acuerdo con el código sanitario. En 1889, se propusieron en París las primeras medidad de orden judicial, que fueron adoptadas de inmediato por México. Estas consideraban el internamiento de oficio en establecimientos especiales de las personas con embriaguez patológica y alcoholismo crónico, en el Hospital de San Hipólito. El tratamiento médico para el alcoholismo era individual y se dirigía a la desintoxicación o alivio de los síntomas provocados por el consumo crónico de alcohol. El alcoholismo estaba dividido en tres grados, que consideraban la cronicidad y la repercusión en el organismo. El alcoholismo de primer grado no era considerado como una enfermedad peligrosa ni molesta. El objetivo principal del tratamiento era expulsar el alcohol que no hubiera sido absorbido en el cuerpo y la eliminación del que ya había pasado al torrente sanguíneo. Para ello se utilizaba el vómito, el amoníaco en forma de acetato y el café como diurético. En el alcoholismo de segundo grado, el tratamiento estaba dirigido a impedir una mayor intoxicación con alcohol, cuya consecuencia inmediata era la congestión cerebral o pulmonar. Se producía la depleción del estómago por medio de sustancias eméticas, y en los casos más graves, con una bomba gástrica. Si el enfermo continuaba en estado comatoso se trataba de reanimarlo con sinapismos volantes y vejigatorios por todo el cuerpo. También se recomendaban las sangrías locales y los refrigerantes encefálicos. Para restablecer la respiración se empleaban recursos mecánicos. No había un tratamiento único para el alcoholismo de tercer grado, que era considerado como el más grave. Las diferentes formas de presentación eran el delirium tremens, el temblor, la histeria alcohólica, la epilepsia alcohólica, la manía de los ebríos, la lipemanía alcohólica y la monomanía furiosa. Las medidas generales estaban orientadas a examinar la constitución del enfermo y a establecer el tiempo que el sujeto había pasado sin tomar alimento. El tratamiento seguía las normas higiénico-dietéticas de la época, que cumplían la función de tonificar y reparar al enfermo. Los medicamentos más empleados eran el cloral, el cloroformo, el opio, la belladona, el estramonio, el alcónito, la digital, la valeriana, la esencia de trementina y los tónicos neurosténicos. El tratamiento profiláctico del alcoholismo estaba orientado a tres grupos: los alcohólicos dóciles, los viciosos, y los "locos y no ebrios". La labor del médico consistía en influir sobre los familiares, recomendarle al enfermo que se distrajera y disminuirle progresiva o bruscamente la bebida. De acuerdo con el modelo del antígeno-anticuerpo, se produjo incluso un suero antialcohólico. A mediados del siglo pasado se atendía al enfermo crónico en el hospital, para lo cual se crearon hospitales destinados exclusivamente a estos pacientes. El primero fue construido en Boston en 1858. El asilo ideal para el tratamiento era aquel que contara con amplios espacios y que fuera un lugar divertido y lujoso en el que se brindaran diferentes formas de tratamiento.


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