Al tiempo que nos asomamos a una nueva década, también nos adentramos en una nueva era de la economía política. A lo largo de los siglos, el capitalismo ha evolucionado a través de diversas etapas, desde el industrial al financiero, pasando por el corporativo. Ahora hemos entrado en la era del “capitalismo de la vigilancia”.
En este nuevo capitalismo, las experiencias de las personas son reclamadas de modo unilateral por empresas privadas y convertidas en flujos de datos patentados. Algunos de ellos se usan para mejorar productos y servicios. El resto son considerados una “plusvalía conductual” y resultan valiosos por sus abundantes señales predictivas. Estos datos predictivos son enviados a fábricas de nuevo cuño, donde la inteligencia artificial los procesa y convierte en productos predictivos altamente rentables que anticipan nuestras decisiones actuales y futuras. Los productos predictivos son después comercializados en lo que denomino “mercados de futuros conductuales”, donde capitalistas vigilantes venden certidumbre a sus clientes corporativos. La ratio de clics de Google fue el primer producto predictivo exitoso, y su mercado de publicidad fue el primero en operar con futuros conductuales. Los capitalistas vigilantes ya se han enriquecido inmensamente gracias a estas operaciones de intermediación y cada vez son más las empresas, en casi todos los sectores económicos, dispuestas a apostar con nuestros comportamientos a futuro.
«Ya no debemos albergar ilusiones sobre la calidad social, inclusiva y democrática de la ‘conexión’, convertida en un simple medio para los fines comerciales de un tercero» La dinámica competitiva de estos nuevos mercados revela los imperativos económicos del capitalismo de la vigilancia. En primer lugar, la inteligencia artificial requiere muchos datos: economías de escala. En segundo lugar, las mejores predicciones también requieren variedad en los datos: economías de alcance. De este modo, se ha impulsado la ampliación de la captura…
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