-Son nubes, por supuesto-, diría un lector que por primera vez llega a esas imágenes. Ese lector, sin embargo, somos todos, ya como lectores primerizos de la obra, ya como visitantes recurrentes. Nuestra mirada occidental define: fija los significados, como si no quisiera enfrentarse a los malestares del movimiento. Pero la obra de Acuña demanda pluralizar el lugar de enunciación para pararse sobre ese mismo borde, el único acceso a ese espacio incierto que en la propuesta se mueve entre la horizontalidad histórica que hombre y naturaleza han construido en Oriente y la tradición antropocéntrica de Occidente. Quedarse en la nube es, al final, tan reductivo como ignorarla.
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