Cannes es un poco esa reunión anual de ex alumnos en la que estamos todos igual que siempre, incluso un poco más jóvenes. Nos volvemos a contar aquello tan gracioso que una vez nos pasó en el rodaje aquel y quedamos para tomar en Madrid esa copa que, indefectiblemente, acabaremos tomándonos en cannes el año que viene.
Estábamos todos. Casi tres mil delegados -235 españoles- daban, entre otras cosas, testimonio de buena salud: ir a Cannes sale a medio kilo por persona, más o menos. Así que también era importante coincidir en los desayunos del Carlton, en las cenas deL'Orangeraje o en el Black jack del Palm Breach.
Cannes es también unas vacaciones con aire de seminario, una recompensa a creativos que han sido buenos chicos y un bonito regalo al cliente mimado et son èpouse.
Pero lo cierto es que Cannes es la única y apalizante posibilidad de verte, en sólo siete días, las mejores dos mil piezas de un año de producción publicitaria de todo el mundo. Y la oportunidad- a veces se le olvida a uno un poco- de ver cómo se trabaja de duro en nuestra profesión, de ver que las cosas que hacemos están hechas en su mayoría con auténtico amor -incluso las malas- y de volver a dar un abrazo a esa gente junto a la que has quemado un tercio de tu vida y la mitad de tus alegrías y cabreos. Tres mil delegués han dado pues testimonio inquebrantable de sed de saber a lo largo de 35 largas horas de proyección. También es cierto que un reducido número de éstos deben haber vuelto menos sabio, pero, eso sí, mucho más moreno.
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