¿Qué encaje puede tener el octavo mandamiento en una sociedad que ha normalizado la mentira, la acepta y la justifica en tantos ámbitos? De la mentira conocemos su ADN: sabemos quién es su "padre" (Jn 8,44) y, por tanto, que está detrás de toda maldad: falsos testimonios, difamaciones, calumnias o maledicencias a menudo roban reputaciones y matan socialmente. Pero como hijos de Dios, nuestros genes son más fuertes, porque Cristo, que es "La Verdad", ha vencido al pecado con la resurrección.
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