Parece existir un cierto consenso en hablar de situación traumática como una experiencia que constituye una amenaza para la integridad física o psicológica de la persona y ante la que ha respondido con temor, desesperanza u horror intensos.
Diferentes fenómenos psicológicos tienen que ver con el modo en que el ser humano enfrenta su pasado. En especial la respuesta a situaciones traumáticas, el duelo y la culpa comparten su carácter de vivencia irreversible respecto a hechos, pérdidas o impactos pasados, que es necesario integrar en la vida para poder avanzar y constituyen un triángulo con frecuencia coexistente e interconexo.
El apoyo en los tres casos tendrá, por tanto, como elementos en común, dos premisas: se requiere de un trabajo activo por parte de la persona que lo sufre (la persona debe, de algún modo, desear "salir adelante"). No puede trabajarse un duelo, una vivencia traumática o una vivencia de culpa si éstas tienen un valor simbólico positivo para la persona (por ejemplo el duelo, como forma de no traicionar a la persona fallecida olvidándola, la rememoración del trauma como un intento de dar sentido a las cosas sucedidas, la culpa como el deseo de no olvidar el error o como castigo final de este trabajo activo); el objetivo final de este trabajo activo no es por lo general olvidar, sino integrar para poder vivir. Si la persona no percibe esto claramente, puede no implicarse activamente en el trabajo de superación y avance, ni aceptará que quien la intenta ayudar cuestione realmente sus vivencias.
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