La intervención de Jorge Oteiza en la fachada de la Basílica de Arantzazu (1950-1969), está cargada de significación estética, religiosa y simbólica, y representa el encargo de obra pública más importante al que tuvo que enfrentarse el escultor. En 2019 se celebró el quincuagésimo aniversario de la instalación de una estatuaria que, debido a dos prohibiciones eclesiásticas, estuvo paralizada catorce años. La Basílica se ha convertido en un emblema de la renovación del arte religioso en el siglo XX y en un referente ineludible en la historia del País Vasco y su cultura.
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