La práctica pedagógica entendida como una práctica social que adquiere sentido a través de la interacción entre los sujetos y entre estos y su entorno, debe partir del carácter complejo que caracteriza al mundo en el que vivimos. En este sentido resultaría insuficiente y hasta ilógico pensar en una práctica pedagógica estática, lineal y simplista. Por el contrario, la realidad de nuestro entorno insta de prácticas pedagógicas de carácter emergente e incluso irreverente que tengan como ejes centrales el dinamismo, la investigación, la reflexión, la dialogicidad, que religados con los principios de la metacognición formen individuos capaces de auto-dirigir sus propios procesos de aprendizaje y capaces de vivir y desenvolverse en una sociedad permeada por la complejidad.
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