El acto de andar, que implica la acción misma de atravesar el espacio, supone una acción simbólica que permite que el hombre habite el mundo. El paseante de la ciudad, al modificar simbólicamente los significados del espacio físico mediante sus derivas, convierte su recorrido en acción estética. La errancia, -en tanto que texto narrativo-, fue experimentada por las vanguardias europeas como una forma de anti-arte que transformó los modos de aprensión poética sobre el paisaje urbano.
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