No nos engañemos. No debemos olvidar que todos esos antiguos dioses que hoy nos parecen poco más que anécdotas folclóricas, en su momento fueron el centro de la existencia humana. Los miembros de las distintas estirpes sagradas recibieron durante siglos las plegarias de sus fieles, dispusieron de fanáticas hordas de adoradores, y dictaron severas leyes por las que muchos hombres mataron y murieron. Los sacerdotes que decían hablar en su nombre formaron estructuras de carácter religioso que impregnaban aspectos tan dispares de la vida como la política, la moral, la economía o el arte.
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