A principios del siglo XVII la Monarquía Hispánica conservaba el mayor imperio jamás visto desde la caída de Roma, pero su hegemonía, tanto en tierra como en el mar, era cuestionada por varias potencias europeas, sobre todo por ingleses, holandeses y franceses. Se avecinaban tiempos difíciles en los que sus adversarios sumarían fuerzas para tratar de acabar con el gigante herido. Sin embargo, pese a las dificultades extremas, el imperio se las ingenió para sobrevivir con pocas pérdidas territoriales hasta el primer cuarto del siglo XIX. Se produjeron dolorosas derrotas, pero se logró el objetivo vital de la conservación, en buena medida gracias al sacrificio y la labor abnegada de toda la oficialidad.
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