Autoridades civiles y eclesiásticas, como particulares en general, manifiestan creciente preocupación por el aumento sostenido del consumo de drogas líquidas y sólidas que afecta a cada vez más amplios sectores de nuestra comunidad.
Este hecho es considerado unánimemente un grave mal, tal vez el más profundo mal que pueda dañar a una sociedad, no sólo a quienes las consumen, sino que también a sus familiares y a toda la sociedad. Que ello sea así nadie puede razonablemente negarlo, ya que el efecto que la droga produce en quienes llegan a consumirla habitualmente- que, salvo excepciones son todos quienes empiezan a probarla, en especial las drogas sólidas- consiste en definitiva en la destrucción de la persona del consumidor, no sólo de sus facultades superiores del entendimiento y la voluntad, sino que también de su ser psíquico y físico.
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