Extremadura fue escenario de una nueva guerra entre 1702 y 1714 cuando aún no se habían apagado los rescoldos de la anterior (1640-1668). Ambos conflictos le afectaron por su situación fronteriza y tuvieron al portugués como ejército agresor, si bien la mayoría de las penalidades se padecieron por el enorme esfuerzo que supuso financiar y mantener a las fuerzas propias. La provincia tuvo un gran protagonismo en la Guerra de Sucesión, pero no fue el frente principal, por lo que la ausencia de protección militar en los periodos más críticos alentó las incursiones lusitanas, que no hicieron sino ratificar el compromiso de esta tierra con la causa del rey Felipe V frente a su oponente, el archiduque Carlos de Austria, que había incorporado a Portugal a su alianza antiborbónica. No obstante, la fidelidad a la nueva casa reinante no fue unánime ni gozó siempre de un entusiasmo patente, como lo demuestran ciertas desafecciones individuales, la actitud ambigua que algunos adoptaron ante el paso del ejército austracista, la resistencia de los concejos a las extorsiones militares y las constantes compensaciones que solicitaron a la Corona a cambio de mantener el esfuerzo bélico. La guerra tuvo consecuencias demográficas, sociales y económicas, pero también efectos institucionales de gran trascendencia, tales como la instauración temprana de la Intendencia y el fortalecimiento de la Capitanía General. Este itinerario hacia el centralismo tuvo su compensación, empero, en cierta recuperación política de los concejos y en el resurgir de la solidaridad entre las cabezas de partido, que intentarán elevar la voz de la provincia ante las nuevas autoridades borbónicas.
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