Si hay alguna verdad que aparece claramente cuando se toma una visión desenvuelta de la historia de la humanidad, es esta: los colectivos humanos son máquinas de fabricar dioses. ¿Por qué ha sido así? ¿Cómo funciona eso? Estas preguntas deberían estar en el corazón de las ciencias del hombre y de la sociedad, y ello tanto más cuanto que se piensan laicas. No es así. Es como si la terca determinación que pone el espíritu positivo para deshacerse de todo que podría parecerse a un resto de pensamiento religioso se transmitiera a la elección de los objetos que juzga dignos de ser estudiados. Según él, el punto de vista religioso sobre el mundo es una aberración superada en la actualidad. Y equivocadamente concluye que no hay gran cosa que esperar de una ciencia de lo religioso.
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