Los amigos me aconsejaron que no lo hiciera. Mi compañera no quiso acompañarme, todo su interés estaba concentrado en que llegase el dealer..., la necesaria dosis para ambos. Hice de tripas corazón. Fui solo. La cita era a las cinco, una tarde de agosto en Ibiza. Sudando, tomé a las cuatro el autobús¿, sudando anduve también un rato, sudando pregunté a un payés y luego a otro hasta que, por fin, encontré la casa. El loco inglés que me recibió estaba un poco achispado. Sin ninguna gana preparó el equipo, aunque lo de preparó es un decir porque no cambió ni siquiera las agujas. Sólo puso tinta en unos pequeños tapones, luego encendió la máquina y con su chirriante sonido zumbando en el ambiente, perezosamente, preguntó qué quería.
Casi una veintena de años más tarde escribí un texto para una revista donde conté, a mi manera, el porqué lo hice. Lo repito¿ ¿era yo más joven. Soñaba y así, en sueños, un ángel me gritó al oído: Para entrar en el cielo deberás estar tatuado. Lo repitió un par de veces. Luego, el eco de su voz se fue apagando sin que llegase a enterarme de si para conseguir tal premio debía ir a tatuarme de pies a cabeza o sólo un poco...¿ Hoy, a la vista está que no deseché tan angelical consejo. Mi cuerpo..., brazos, manos, cuello y pecho están cubiertos de tatuajes y, por afinidad, me es imposible evitar que me venga a la memoria aquel hombre protagonista de un cuento de Ramón Gómez de la Serna, que tenía la manía de tatuarse y al que los médicos sabían situar sus dolores como no se sitúan sobre ningún enfermo: ¿el mal lo tiene usted en la boda de los elefantes...¿ Ahora, sin necesidad de doctores, también yo sé, que cierto mal, el estigma de una vieja culpa, lo llevo irremediablemente conmigo y me lo recuerda siempre, el tatuaje adquirido aquella calurosa tarde de agosto en Ibiza. Pero ese es otro cuento... Hablemos del tatuaje.
Desde que el hombre camina erecto y es homo sapiens, la necesidad de ensalzar la belleza del cuerpo a través de medios artificiales satisface un comportamiento universal. Siempre se ha hecho y siempre se hará. Responde a una constante evolutiva y positiva de la humanidad.
Las técnicas empleadas para ello son muy diversas y difieren según cultura y época. Una de las técnicas más ancestrales de ornamentación para alterar la apariencia natural del cuerpo es el tatuaje. Consiste en introducir por medio de un cincel un pigmento no soluble -antes hollín, hoy tinta- en la piel, de forma que produzca una marca o dibujo visible y permanente que suele ser azul o negro.
Esa permanencia indeleble, junto al dolor causado por la rotura de la piel y la liberación de energía vital, la sangre, son las claves que han dado al tatuaje un significado místico, mágico e indudablemente hermético.fía continúa. Tal vez por eso no tenga ninguna fotografía inocente.
- Observando tu obra en conjunto, a través de ¿Dulce sudor amargo¿, ¿Coração espelho da carne¿ y el último trabajo ¿Pele do tempo¿, ella parece una cartografía corporal.
Mi trabajo tiene mucha conexión con la piel, porque ella es la superficie que nos conecta con este mundo, tanto en el placer como en el dolor. Ella es un diálogo entre exterior e interior, una separación y al mismo tiempo una conexión. (...) En la revista Tattoo Gazette, editada en Nueva York, uno de sus autores, Frank Snake Allen nos ofrece una divertida y quizás verídica teoría sobre sus comienzos: ¿el tatuaje ¿dice- se origina en algún momento entre la época de escarbar en la suciedad y las pinturas rupestres. Simplemente surgió cuando unos torpes cayeron al suelo y aterrizaron en un palito chamuscado y alguien se dio cuenta de la marca que quedaba al cicatrizar...¿ Pudo ser así, por qué no; lo cierto es que las evidencias tangibles más primitivas que tenemos son escasas, pero ciertos artefactos paleolíticos han sido clasificados como instrumentos de tatuar. En sus remotos orígenes, en pueblos y sociedades primitivas, siempre se tatuaba a una persona para conducirla de alguna manera a una relación con la incierta pero eterna idea de Dios. (...)
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