En este artículo se sostiene que el proceso de asignación de recursos a las fuerzas armadas, inserto en los estrictos marcos de un sistema general de gestión pública que no innova sino muy lentamente sus procedimientos y prácticas consuetudinarias, es subóptimo, tanto por las rigideces que la historia le ha ido introduciendo como por las características de su aproximación analítica. Con el fin de aumentar la eficiencia de esa asignación y mejorar el producto, en estas páginas se propone un cambio sustantivo de enfoque en los procesos que deciden la asignación del presupuesto de las fuerzas armadas. Este cambio supone pasar desde el método de “techo presupuestario” vigente hoy, hasta un sistema que permita hacer explícitas las distintas interrelaciones que caracterizan al proceso de conversión de objetivos globales de seguridad en misiones, estructuras de fuerzas y, finalmente, en un presupuesto.
Se sostiene que aun cuando es probable que se mantenga por algún tiempo un presupuesto de operación y otro distinto para inversión, situación claramente inconveniente desde el punto de vista de la eficiencia en la asignación de los recursos, el primero debería construirse en base a programas desde el nivel más alto del sistema de defensa, de modo tal que los recursos se entreguen a las distintas ramas según su contribución a cada uno de los programas globales, rompiendo así la inercia que hoy presenta la distribución de los fondos del presupuesto entre las tres instituciones armadas. Respecto al presupuesto para inversión real, se señala que es imperioso avanzar en una metodología que permita, al menos, terminar con la distribución por tercios de esos fondos. Básicamente, se trata de extender el análisis costo-efectividad hacia el nivel de la defensa.
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