La pandemia, Puerto Rico y despedida Estamos viviendo una crisis sin precedentes en nuestra América y en el mundo. La pandemia del COVID-19 es una enfermedad infecciosa que proviene del síndrome respiratorio coronavirus dos (2) conocido como el SARS-CoV-2 y el virus es parte de la pandemia mundial que estamos viviendo. Entender las implicaciones del COVID-19 requiere inelu-diblemente mirar en nuestra historia el impacto de otras pandemias. Sabemos que la pan-demia de la influenza del 1918-1919 cobró la vida de 50 millones de personas en todo el mundo (Johnson & Mueller, 2002) y cerca de 100,000 en la región del Caribe (Rosario Urrutia, 2020). En Puerto Rico, causó la muerte de alrededor de 10,888 personas, repre-sentando el 1% de la población de la Isla.Puerto Rico ha sido afectado por varias epidemias posteriores como, por ejemplo, el Dengue que, entre 1977 al 1994, causó la muerte de 400,000 personas en el país y el VIH que, desde la década de los 80, ha afectado a cerca de 50,000 puertorriqueños y matado a aproximadamente 30,000 (Rivera Clemente, 2019). En otras palabras, las epidemias en Puerto Rico y el Caribe, así como en otras partes de mundo, no son fenómenos nuevos. Sin embargo, el COVID-19 ha traído consigo el terror de sabernos sin respuesta y enfrentarnos de manera inescapable a nuestra vulne-rabilidad. Solo hay que ver las elevadas tasas de mortalidad en los Estados Unidos de América, en donde al momento en que escribimos este editorial había más de 9.3 millones de personas contagiadas y 231 mil muertas (The New York Times, 2020). Estas cifras representan una calamidad sin precedentes para un país desarrollado y de grandes recursos económicos. Se suma el agravante de que en esta ocasión no hay a donde ir (o escapar) porque el COVID-19 no ha dejado un espacio en el planeta sin afectar. De hecho, en nuestra historia como humanidad es la primera vez que la cuarentena es un fenómeno global.Ciertamente, hay mucho que aprender de las lecciones implicadas en el manejo de epidemias previas. El antropólogo Singer en los años 90 empleó el uso del término sindemia para referirse a la sinergia de dos o más enfermedades, pero sobretodo el impacto subsiguiente a esa interacción en una pandemia. Es decir, no solamente ver la enfermedad desde la visión biomédica sino las condiciones sociales y ambientales que vulnerabilizan a la población desventajada (Pitt, 2020). Debido a que padecemos de amnesia histórica, tal y como advirtió el filósofo español Jorge Santayana, estamos condenados a repetir los errores del pasado. Y, de hecho, así ha sido. Si bien es cierto que al tratarse de un virus sobre el que hay escaso conocimiento, los desafíos han sido mayúsculos. No es menos cierto que las medidas de salud pública han sido tímidas y totalmente influenciadas por un mal manejo de la mayoría del liderato de turno, el cual parece estar más preocupado por las consecuencias económicas de la epidemia que por la salud del colectivo. Esa amnesia histórica a la que aludimos ha conformado la realidad actual en la que la infraestructura del cuidado de la salud ha colapsado y el número de contagios -y muertes- sigue en aumento.
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