Debo declarar que me creo un amante del libro, pero esa relación fue demasiado tardía por falta de exposición. En mi casa familiar, en una pequeña finca cafetera existían dos o tres libros que mi padre guardaba con esmero y creo que con la prohibición de que fueran leídos por los niños; entre ellos recuerdo “El mártir del gólgota” que si mal no estoy era un relato de las violencias partidistas de la primera mitad del siglo pasado.
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