Uno tras otro, en los meses de marzo y abril, dos informes - el dirigido por el historiador Vincent Duclert a petición del Elíseo y el de un despacho de abogados estadounidense encargado por Kigali - han establecido la abrumadora responsabilidad de Francia y de François Mitterrand en el genocidio tutse de Ruanda de 1994, a la vez que han descartado las acusaciones de complicidad. ¿Esa convergencia inédita refleja la verdad histórica o responde a un simple acuerdo político entre los dos países? En Francia, el control del acceso a los archivos obstaculiza el trabajo de los investigadores. Bélgica, antigua potencia colonial que azuzó el odio, se muestra más liberal. Pero el genocidio de 1994 atormenta también las conciencias africanas.
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