Rafaela Manuela Ordóñez Fernández, M. Moreno García, Rosa M. Carbonell Bojollo, Miguel Angel Repullo Ruibérriz
El nitrógeno (N) es el elemento que más directamente influye en la producción vegetal y en el contenido de proteína de los cultivos de grano. Este elemento es, después del agua, el factor limitante del crecimiento más importante para las plantas y, por tanto, para la producción agrícola. Consecuentemente, el consumo global de fertilizantes ha incrementado notablemente desde 1940. Antes de la Segunda Guerra Mundial la cantidad de fertilizante nitrogenado utilizado en el mundo era de 3 Tg (millones de toneladas) mientras que en 1988 alcanzó 80 Tg (Ladha et al., 2005). Las pérdidas del nitrógeno aplicado con los fertilizantes son elevadas (alrededor de 30% por volatilización), lo que disminuye sensiblemente su uso por la planta y, por ende, los rendimientos del cultivo. Seleccionar la dosis adecuada, fuente y momento de aplicación del fertilizante es indispensable para el logro del éxito en la producción de los cultivos. En concreto, la utilización de urea convencional (46% de N) como principal fuente de nitrógeno conlleva pérdidas importantes por volatilización y lavado, a pesar de ser el fertilizante más empleado, por sus ventajas tanto agronómicas como económicas.
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