La Compañía de las Indias Orientales, como admitió uno de sus directores, era “un imperio dentro de un imperio” con la potestad de hacer la guerra o la paz en cualquier confín de Oriente. Había creado una administración y un funcionariado vasto y complejo, había edificado la mayor parte de los docklands (barrios portuarios) de Londres y generaba cerca de la mitad del comercio de Gran Bretaña. No es ninguna sorpresa que la Compañía se refiriera a sí misma como “la más grande sociedad de mercaderes del universo”. Sus ejércitos tenían más tamaño que los de casi todas las naciones Estado y su poder abarcaba todo el globo. De hecho, sus acciones se consideraban algo así como una divisa refugio global. Como escribió Burke: “La constitución de la Compañía comenzó siendo comercio y acabó siendo imperio”
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