Pilar Urbano, Juan Rivero (fot.)
"Se me enfrió la sangre en la camisa", dijo Calvo-Sotelo. Y no era verdad. Como tampoco era verdad, y nos lo habíamos creído, que después de tres años de terso y terco silencio, se le hubiese enfriado la voz en la garganta. Tan desarbolada y tan lacia de velámenes anda la nave parlamentaria, bajo el maldito síndrome de los-doscientos-dos, que ver erguido un mástil, desplegada una vela y enfilada una proa, reconforta los tuétanos del alma política. Y a estas horas, resulta innecesario decir que Calvo-Sotelo, en cuarenta y tres minutos de incisiva, digna y rigurosa oratoria, amortizó su escaño tan callado en lo que va de Legislatura.
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