Hablar del DIME (Diplomacia; Información; Militar y Economía) es hacerlo de uno de los modelos analíticos más útiles para conocer y comparar los instrumentos que permiten ejercer poder en el escenario internacional. Los EEUU vienen haciendo uso del mismo desde los tiempos de la Guerra Fría, pero el debate se ha reavivado en los últimos lustros, en la medida en que se sospecha que dicho modelo requiere una adaptación a los nuevos retos del mundo globalizado, en el que se recrudece la competición entre grandes potencias… y no tan grandes.
Espejito, espejito… ¿DIME? Se trata de un acrónimo empleado desde los tiempos de la Guerra Fría por los EEUU, para determinar si era el Estado más poderoso del orbe. Aunque, en realidad, lo que se buscaba era conocer los instrumentos o factores de poder con los que se contaba, para poder satisfacer su interés nacional en un entorno competitivo como era aquél. Y como ha sido siempre, desde que el mundo es mundo. No se trata, pues, de un prurito formal, ni de cánones de belleza, sino de cánones de poder. Aunque uno sospecha que, en el fondo, hasta en el cuento de Blancanieves, la belleza era también un instrumento del poder (un recurso empleado para satisfacer el interés personal). La diferencia es que ahora hablamos del interés nacional.
En los siguientes párrafos desarrollaré, en primer lugar, una aproximación teórica básica al sentido y al contenido de ese acrónimo, de tan largo recorrido, que defino como “DIME clásico”. En segundo lugar, plantearé algunas críticas, todas ellas constructivas, que otros han hecho de esas premisas, que denominaré “déficits del DIME clásico”. Finalmente, desarrollaré la aproximación a un modelo alternativo que surge de compartir algunas de esas críticas (o, al menos las inquietudes que las fundamentan) pero que conlleva una aportación diferente.
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