La boina, la americana y la camisa con dos botones desabrochados le confieren el aspecto de un personaje de cine francés. José Luis Guerin vive en un piso del Ensanche de Barcelona, de paredes ocupadas por centenares de películas de vídeo y por un número aún mayor de libros. La entrevista tiene lugar en un simulacro de jardín japonés, cuyas plantas de bambú han muerto, pese al manual de jardinería oriental que asoma ¿irónicamente¿ por una vitrina. El rostro del último Premio Nacional de Cinematografía registra un cansancio prematuro; hay una mota de vejez en la comisura de sus ojos. Piensa cada pregunta antes de responderla. No se quita la boina. Mirando hacia los anaqueles en blanco y negro, me comenta que son sus amigos, vivos aunque sus autores hayan muerto todos: ¿No hay tiempo para estar al corriente de las novedades, así que prefiero concentrarme en los clásicos¿, afirma
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